lunes, 23 de diciembre de 2013

El Templo del aceite

Es curioso que no hayamos escrito ninguno sobre ese viaje que habíamos iniciado con tanta ilusión y que fué el fruto de la creacción de este blog.

La verdad es que no podemos forzarnos a escribir con antelación, pues la escritura es algo que nace sola, sin presiones, sin fechas.

No sé como los escritores se marcan fechas de entregas de libros, o los periodistas de artículos... quizá sea porque no escriben desde el corazón o el sentimiento.

Por eso, hoy sí escribo de nuestra andadura por el camino que recorremos juntos Rubén y yo.

En definitiva, la idea de este blog era eso... recorrer el mundo juntos más espiritual y humana que el simple hecho de caminar por la tierra hacía un destino u otro.

Y es por ello, que veo que juntos hemos avanzado en muchas cosas. Nos hemos ayudado, hemos aprendido, hemos mejorado, nos hemos atrevido...

Si tuviese que definir nuestra relación podría decir que se basa bastante en la libertad, la sinceridad, la comunicación... pero no hemos llegado al máximo en ninguna de las tres cosas que menciono, aunque sí puedo decir que amor y amistad tenemos en cantidades abrumadoras.

Le amo, la verdad es que le amo y mucho. Le amo de una manera sana. Es la primera vez que amo a una persona de la forma en que siento ahora.

He aprendido a no involucrarme en aquello que no es responsabilidad mía, aunque para ello me involucré en lo que no debía.

Recondujimos la situación y eso nos ha ayudado a continuar. Quizá si hubiesemos seguido en esa línea nuestra relación estaría haciendo aguas, si es que seguíamos juntos.

Me gusta la sinceridad y reconozco que la reclamo. Si presiento o dudo de que se me oculta algo mi actitud es de rechazo e incluso de frialdad.

Si hemos decidido que nuestra relación sea sincera no comprendo que se me oculte algo o se me "mienta".

La comunicación reconozco que sigue siendo mi asignatura pendiente.

En muchas ocasiones me adelanto a las decisiones de Rubén, y doy por hecho que va a hacer las cosas como creo que va a hacerlas.

Pero como es una caja de sorpresas... al final no hace lo que yo creía y ya viene el lío (como dice él).

Llegan los malentendidos, los mosqueos, la desconfianza, el dolor... cuando si hubiese preguntado hubiese evitado todo eso.

Por lo que viene muy bien preguntar y contar lo que hacemos, pensamos o creemos desde el primer momento. Y bueno... voy a ver si aprendo y espero que él también aprenda.

Pero lo que quería escribir hoy, es sobre un paseo improvisado que realizamos ayer por los olivares de la serranía toledana.

Por el camino me iba contando cuando él paseaba, montaba en bicicleta o ayudaba en el campo a su padre. Me fué explicando cada detalle que veía y recordaba.

Rubén es una persona que añora en muchas ocasiones la vida pasada, en la que era un niño feliz y disfrutaba del campo y todo lo que le rodeaba. Por lo que siempre que puede me cuenta sus andanzas y fechorías.

Alcanzamos una zona que se llama las suertes, en la que su padre tiene cerca de un centenar de olivos. Lo recorrimos despacio, paseando entre aceitunas, madrigueras de conejos y un viento suave que se congelaba en nuestro rostro.

La tarde era soleada y el paseo relajante, agradable, acogedor... y personalmente me hacía sentir muy bien.

Hablamos de coger energía para toda la semana, de disfrutar del paseo y  alejarnos de aquellas cosas que le agobian y entristecen.

Al llegar al final del terreno nos encontramos con un valle en el que se asentaba una granja y desde unas rocas me paré a observarlo.

El aire llenaba mis pulmones y la brisa hacía que mis ojos llorasen, pero me encantaba esa sensación de libertad, de paz, de tranquilidad, de seguridad y de fuerza que obtenía al pisar aquella tierra.

De repente un almendro que llama mi atención. Todo pelado de hojas y lleno de grandes almendras que no pude evitar recoger.

Llenamos mis bolsillos y regresamos hacía el coche comentando que, si los lugareños cuando araban la tierra intentaban rebañar algunos centímetros del terreno de su padre... de si aquello había sido una viña y que encontraron restos de fósiles hace tiempo y tuvieron que arrancar las cepas...

La constante avaricia de los humanos que en resumen, siempre acaban con todo.

Seguimos paseando y acercándonos a un grupo de personas que vareaban y recogían la aceituna para llevarla a la cooperativa.

Y tras charlar, ver conejos y liebres saltar, llegamos al final de una zona que estaba acotada para la caza.

Comentamos sobre lo terribles y peligrosos que pueden llegar a ser los cazadores. Aquí añado que en muchos casos no deberían dejarles poseer un arma, se creen con derecho a todo y a arrasar cualquier zona matando a todo bicho que se encuentren.

Comprendo la caza cuando la gente tenía que buscar el alimento, pero ahora? qué sentido tiene? un deporte? y una mierda. Hablamos de un foco de ingresos. Armas, equipación, licencias, seguros... un sector en el que se mueve dinero y el dinero vuelve a poderlo todo. Otra muestra del egoísmo del hombre.

Regresamos por el camino, porque ya el sol caía y el frío comenzaba a ser más insistente en calar en nuestro cuerpo.

Y no encontramos más almendras que era lo que me apetecía coger.

Regresabamos despacio, disfrutando de la puesta de sol y de vivir relajados, sin prisas, ni nada que nos esperase.

Reconozco que cuando estamos juntos haciendo algo que nos llene, justo estos momentos, son los mejores que tengo y recuerdo.

Me hace sentir tantas cosas bonitas y agradables que si pudiese me quedaría ahí para siempre, pero... la vida no permite que nadie se quede quieto. Así que, a continuar y disfrutar de esos momentos cada vez que podamos.

Los coches, de los que recogían la aceituna, si tenían prisa y tuvimos que apartarnos en varias ocasiones del camino, para que pudiesen pasar. Acaso han llegado las prisas también a la serranía toledana? Y yo que creía que sólo era en Madrid donde se vivía acelerado.

Rubén me invitó a ver el proceso de la fabricación del aceite en el molino del pueblo.

Llegamos al molino. Un perro juguetón y cariñoso me recibió haciéndome los honores. Saltaba sobre mi pecho, buscaba mis caricias, me lamía... tierno, dulce y juguetón en busca de cariño que supo hallar en mí.

Sentado sobre mis pies recibía mis manos sobre su rostro, cabeza y cuello... no se movía, quietecito deseaba que yo tampoco me moviese, pero... adentro del molino se pasa sin perro.

Apareció un hombre de pelo cano, la cara redonda y rosada, parecía un papa nöel. Un señor encantador, primo hermano del padre de Rubén, nos fue explicando y enseñando el proceso completo de la elaboración del aceite.

Dentro de aquel molino, ruidoso por las máquinas y con un olor a aceite que te embriagaba del placer y del gusto de algo puro y natural, reinaba una paz como si de un templo se tratase: El Templo del Aceite.

El calor del horno, el olor del aceite, la amabilidad de nuestro guía... era todo tan perfecto que estoy convencida de que ese aceite lleva una enorme carga de amor, por la forma en la que se le trata y mima.

He pensado que ese aceite, tengo que comprarlo y regalarlo porque, es saludable con total seguridad.

Continuamos nuestro camino despidiéndonos con enorme agradecimiento y con las ganas de regresar en otra ocasión a por ese manjar.

Podría continuar escribiendo sobre nuestra jornada de ayer, pero quiero dejar un grato recuerdo de nuestro día.

Lo dejo aquí y quizá en otro momento lo continúe.

Sólo puedo añadir que acabamos en nuestro hogar abrazándonos, mirándonos a los ojos, sonriéndonos... Amándonos.